El Martiyo Plus

.../// Satélite de El Martiyo -más descansado, aunque no menos grave-, El Martiyo Plus aspira a reunir un material disperso y diverso escrito a través de los años para distintos medios o no, textos inéditos y públicos, intemporales, puntuales o anacrónicos, pero que mantienen cierta vigencia, o nos recuerdan preclaros, con valor de crónica, el futuro que el pasado ya entrañaba en su presente. Artículos, columnas de opinión, reportajes, reseñas, síntesis biográficas, recuerdos, relatos, viajes, amores, batallas y visiones, cosas escritas en redacciones estrepitosas, o en soledades últimas, y que componen, pieza a pieza, el rompecabezas de mi cabeza, que bien podría ser la tuya ///...

Daniel Ares


sábado, 27 de agosto de 2011

WATERLOO: CAPITULO CUATRO: CARNE QUEMADA




CAPITULO IV


Carne quemada



Por Daniel Ares

*


"Al único enemigo que le temo, es a la naturaleza".
Napoleón Bonaparte



* * *


17 de junio, día 99


El perfume de la victoria





A la mañana siguiente Napoleón recorre el campo de batalla.
El horror.
No habla.
Lo acompañan el mariscal Grouchy, y algunos otros oficiales.
Oye gemir a los heridos, camina sobre los muertos, no pisa sus restos, pero sí su sangre.
Mira a su alrededor y aspira y expira: recuerda que la victoria huele a carne quemada.
No se entiende si el humo o las nubes esconden el sol, pero es casi mediodía y el sol no está. Sólo el horror.
Nadie dice nada. No hay órdenes, no hay comentarios, nada.
Horror.
Sus oficiales lo miran y apenas lo reconocen. Parece cansado, incluso viejo, está enfermo, esa mañana se siente especialmente mal. No ha dormido bien, tiene fiebre, tose, no habla… Tal vez sus oficiales se pregunten qué piensa el emperador. Tal vez el emperador no piensa nada, o piensa en esa sola batalla interminable que ha sido su vida entera desde las revueltas independentistas de su infancia en Ajaccio, quién sabe qué piensa... Parece cansado, está enfermo, no habla, camina sobre los muertos, y las horas pasan, pero la historia del mundo se ha detenido. Esperándolo.
Hacia las once de la mañana por fin recibe noticias de Ney: Wellington escapa de Quatrebras hacia el norte.
El emperador despierta, y ya es el de siempre. Mueve sus tropas, despacha órdenes para que Ney ataque inmediatamente a los ingleses, y ahora sí lanza a Grouchy contra la retirada prusiana para aniquilarlos de una vez por todas. Él marchará con el resto de su ejército hacia Quatrebras, no en apoyo de Ney, sino detrás de Wellington. La historia del mundo arranca de nuevo.  Sólo debe hacerse lo que él dice.
Pero el trémulo Grouchy se asusta y se pierde. Lleva treinta y cuatro mil hombres bajo su mando, nunca antes condujo un cuerpo tan grande; no le teme al enemigo, es peor: teme a sí mismo, se pone nervioso, se confunde, y se pierde.
Corre detrás del anzuelo impensado de ocho mil desertores prusianos que huyen hacia el este, y se abre demasiado.
No percibe que el verdadero enemigo se reagrupa hacia el oeste.
Los cuatro cuerpos del ejército de Blücher se concentran sobre Wavre.
Ahogado por la responsabilidad -estrictamente confundido-, Grouchy ni siquiera advierte que es él mismo quien empuja a los prusianos hacia Wellington… Pequeños errores que tejen el fin.
Esa mañana antes del alba un enviado de Wellington ha hecho contacto con Blücher, y éste acordó con aquél que sus refuerzos llegarían desde Wavre, hacia el mediodía, por el flanco izquierdo anglo-aliado, para así caer sobre la derecha francesa. El IV° Cuerpo prusiano que manda von Büllow, ni siquiera ha combatido en Ligny.
La emboscada se perfila y define. Un año atrás, el duque de Wellington en persona había estudiado esa llanura de Saint Jean previendo que acaso alguna vez allí librara una batalla…
Poco antes de llegar. Napoleón se detiene para almorzar pero intrigado por el silencio que vuelve de Quatrebras. Deberían escucharse los cañonazos de Ney contra Wellington, y sin embargo… Manda a su edecán, y así confirma que su eficiente Ney, volvió a fallar. Aún no atacó. Enfurecido con sus mariscales, suspende el almuerzo, tira la mesa por el aire, y retoman la marcha.
¿Por qué, simplemente, no lo obedecen?
Ya no hay humo sobre los campos, pero el sol igual no está.
Inmensas nubes gruesas cubren todo el cielo como una sola nube negra.
A las dos y media de la tarde, Napoleón y sus tropas llegan por fin a Quatrebras.
Pero los ingleses ya no están.
Dejaron apenas una retaguardia que ahí ataca y escapa al mando de lord Uxbridge.
Wellington se llevó el grueso de sus fuerzas, huye hacia el norte, escapa, por el camino de Bruselas, allí van… Cuando entonces una explosión algo divina, estalla en el cielo y empieza la tormenta. La lluvia.
Los últimos hombres de lord Uxbridge huyen bajo el doble bombardeo de los cañones y los truenos. Cada vez llueve más.
De a poco la artillería francesa, sus carros y sus caballos, empiezan a hundirse en el barro como en una pesadilla: los pies se pegan al piso, y el enemigo escapa...
El emperador supone que Grouchy ya cayó sobre los prusianos... o tal vez ya no supone nada. Llueve mucho.
Marchan, pero la marcha se retrasa, se empantana, se entierra, cae la noche, y Wellington se le escabulle, escapa hacia el norte, los arrastra… con las últimas luces del día pueden verse a lo lejos sus tropas bajo la lluvia escalando el Saint Jean…
A esa hora, en otra parte, Grouchy por fin percibe que algo anda mal y ordena algunas rápidas avanzadas espías que de regreso le informan que el ejército prusiano se dividió en tres columnas: una huye hacia Lieja, hacia el este; otra ha tomado la carretera de Namur, hacia el sur; y la otra, la mayor parte, marcha hacia Wavre, hacia el oeste. Hacia Waterloo.
Y llueve.
A las diez de la noche, al galope, Grouchy le envía un mensajero a Napoleón con las noticias: una parte –importante- del ejército prusiano, marcha hacia él. Ese mensaje llega, y llega a tiempo. Pero Napoleón lo desestima. Son las dos de la madrugada cuando lo recibe. Para entonces él y su estado mayor han tomado una taberna del camino: La Belle Aliance, se llama. Allí establece su alto mando, y alrededor, por las colinas, acampa todo su ejército.
La lluvia no para.
Hoy no han combatido, el día no les dio tiempo, mañana será distinto.
Poco antes de la medianoche, el emperador recorre sus avanzadas recalentando con su ánimo el ánimo de sus tropas. Bajo la lluvia.  
Esa noche no duerme, no puede.
Siente que tiene a Wellington acorralado, y está exultante.
Sólo espera que parela lluvia, y que llegue la mañana.
¿Presentirá, de alguna forma, que es la última?...
Llueve.



(continuará)
* * *  



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