El Martiyo Plus

.../// Satélite de El Martiyo -más descansado, aunque no menos grave-, El Martiyo Plus aspira a reunir un material disperso y diverso escrito a través de los años para distintos medios o no, textos inéditos y públicos, intemporales, puntuales o anacrónicos, pero que mantienen cierta vigencia, o nos recuerdan preclaros, con valor de crónica, el futuro que el pasado ya entrañaba en su presente. Artículos, columnas de opinión, reportajes, reseñas, síntesis biográficas, recuerdos, relatos, viajes, amores, batallas y visiones, cosas escritas en redacciones estrepitosas, o en soledades últimas, y que componen, pieza a pieza, el rompecabezas de mi cabeza, que bien podría ser la tuya ///...

Daniel Ares


lunes, 6 de junio de 2011

CRÓNICAS PERDIDAS: EL PASO-CIUDAD JUÁREZ: A LAS PUERTAS DEL CIELO Y DEL INFIERNO




N. del R.: Esta nota fue publicada en el número lanzamiento de la revista Planeta Urbano en la primavera de 1997, cuando viajé enviado expresamente hasta allí para escribirla. Si todavía vale su lectura es justamente porque son impresiones calientes de aquel lugar y en aquellos días, pero a la vez registra, y acaso sin proponérselo, el alba de otra era, y advierte sobre lo insoluble de un problema que hoy sigue sin solución pero ya es mucho más que un problema.  

  * * *
 
 
  El Paso-Ciudad Juárez son dos ciudades de dos estados distintos de dos países distintos que así conviven separados por dos mil millas de una frontera invulnerable y sin embargo inexistente. Allí todo se distingue y se confunde, lo que separa une, y lo que divide multiplica. 
 Un punto muy extraño de la tierra.
 

A LAS PUERTAS DEL CIELO Y DEL INFIERNO


Por Daniel Ares
(San Diego, California, agosto de 1997)




  ("Aventurero y mojado/ hablando muy buen inglés/ ya me paseé‚ por Atlanta/ por Oklahoma también./ Decía una güera en Florida:/ I love you mexican men/". El mojado acaudalado, corrido)
 
 
      Hay un punto muy extraño de la Tierra donde la puerta del paraíso da a los umbrales del infierno. Queda en un extremo sur de los Estados Unidos de América, o sea, en un extremo norte de los Estados Unidos de México. De un lado es Ciudad Juárez, Estado de Chihuahua; del otro lado es El Paso, Estado de Texas. Es justo ahí donde el Río Grande dobla el curso y cambia el nombre y se convierte en el Río Bravo. Pero lo cierto es que no es ni grande ni bravo, y todos los días -todos los días de la vida-, cientos y miles de personas lo cruzan sin que se les mojen los bigotes ni la marijuana que cargan. Apenas el culo, tal vez las espaldas.
     Son los ilegales, los llaman así: los espalda-mojada, los culo-mojado, los mojados, que les dicen. No todos son mexicanos ni todos llevan drogas; algunos son nicaragüenses, guatemaltecos, portorriqueños, chinos o coreanos que llegaron por el Pacífico, que quieren entrar a los Estados Unidos, que buscan trabajo, que confían en los polleros, mexicanos que por 300 ó 400 dólares pueden conseguirles algún documento falso, una visa, un permiso, un pasaporte, y por un poco más -pongamos 1.000 por cabeza-, los cruzan por donde saben para que el desierto no los mate de sed y para que tampoco los atrapen los hombres de la Border Patrol, un ejército americano de soldados mexicanos -de origen mexicano-, y que son los que marcan sin conseguirlo la raya que divide Chihuahua de Texas.
     Y eso no es todo. Porque ahí la frontera son también los cinco puentes que cruzan el Río Bravo -el Grande-, cinco puentes que no tienen más de 150 metros de largo, molinetes que muerden en cada punta, y policías desconfiados de un lado, y más desconfiados del otro. Y la frontera además son los helicópteros federales que la sobrevuelan todo el tiempo y las narices de la DEA que husmean por todas partes, y son los censores bajo tierra y las cámaras ocultas, y los binoculares infrarrojos, ¡y el cerco!, ­¡ése cerco!-, un cerco de alambre de acero y trama cerrada que corre por más de trescientos kilómetros y que sube, baja, vuelve a subir y se pierde en la distancia, versión McDonald de la muralla china, ya a simple vista resulta tan impresionante como inútil. Nada detiene a los mojados. La Border Patrol arresta, todos-los-días-todos, entre 300 y 500 personas, lo que suma, rápidamente, más de 150.000 por año, y aquí sólo se cuentan los que agarran, no los otros, los que cruzan y siguen... Los agentes de la Border Patrol -con orgullo-, dicen que atrapan a cuatro de cada cinco. Pero dicen, nomás… Cuentan los que agarran, los otros no. No tienen cómo.
     Tampoco cuentan a los miles y miles que cruzan de manera legal por cada uno de los otros puentes, sobre todo por el Santa Fe, el puente libre, allí no se paga por entrar, y todo el día y toda la noche la caravana de peregrinos y coches no cesa ni merma, serán cien o más por hora, tal vez por molinete; casi ninguno tiene visa, la gran mayoría exhibe el pergamino amarillo de un permiso provisorio, son permisos por horas, como mucho 72, el tiempo justo como para hacer compras, visitar un pariente enfermo, consultar un dentista, llevar sus mercancías. Pasan, no los cuentan. ¿Para qué? Cruzan uno detrás del otro, sin parar, no cuesta nada. Cuando cruzan el molinete, un policía norteamericano, sin mucho entusiasmo, les revisa el bolso o lo que lleven, y listo, eso es todo. Pasan. Serán cien, doscientos por hora, tal vez más, muchos más, no los cuentan. For what?, pregunta pero responde el viejo sargento John Mejía. Pasan.
     Tal vez los cuenten después, cuando los atrapen -si es que los atrapan-, cuando los encuentren todavía en El Paso ya vencido el permiso, tratando de subir o de quedarse. Entonces sí, los arrestan y los amonestan y después los deportan. Con suerte a Ciudad Juárez, de donde vinieron, pero tal vez más lejos, a Sonora, o más lejos aún, a Tijuana, muy lejos de sus casas... pero eso es todo. No hay otro castigo. No los quieren ni presos.
     "Hay que alojarlos, darles de comer, atenderlos si están enfermos, es un gasto. Mejor es deportarlos con una advertencia, y si vuelven, bueno... en ese caso tal vez los enjuiciamos y los metemos a la cárcel por algún tiempo”, explica con pragmatismo americano mister Jaime Arras, assitant chieff de la Border Patrol, un agente de aspecto, nombre y ascendencia mexicana, pero nacido en los Estados Unidos. Como Bruce Springteen. Todo es raro.
      Según dice mister Arras en su roto español y bajo la atenta mirada azul de su jefe Doug Mosier (que lo escucha sin entenderlo), las cosas mejoraron mucho durante los últimos años. "Antes deteníamos entre 800 y 1000 personas por día, ahora no pasan de 500. La mejoría -Arras dixit- se debe a que ahora la Border Patrol cuenta con más agentes y mejores recursos. Pero como suele ocurrir, el remedio es una consecuencia de la enfermedad. Los refuerzos fueron enviados conforme aumentaba y se desbordaba el tráfico de todo: drogas, armas, ilegales y varios. Sólo de marijuana, incautamos 110.000 libras por año, algo así como 60 toneladas de las que casi que se jactaría mister Arras, de no ser porque no puede contar con la misma precisión la cantidad de cocaína y heroína que le pasan por todos lados todo el tiempo. Eso ya es más difícil de agarrar, no tiene olor, no ocupa lugar... La marijuana es otra cosa.
 



La versión McDonald de la Muralla China.
Flamante y oxidada, ¿aguantará tanto?


  ("La policía federal/ la de caminos y puertos/ todo el mundo interesado/ en atrapar el cargamento/ unos se llevaron droga/ y otros muy buen ascenso". La paloma, corrido)
 
 
     Igual no pueden pararlos.
     Los mil hombres de la Border Patrol de Texas no duermen nunca, están bien equipados, mejor entrenados y rigurosamente organizados. Ven de día y ven de noche también, como Superman. Se puede decir que los agentes de la Border Patrol saben hacer su trabajo y que atrapan a la gran mayoría de los que intentan burlar su frontera. Pero aún así, no pueden pararlos. Hagan lo que hagan, los mojados volverán, mañana o la semana que viene, por el río, por el desierto, por el viento o como sea. Los pueden detener, arrestar, pero no pueden pararlos. Los desbordan.
     Linda Cruz tiene 23 años, nació en Nueva México, es hija de mexicanos y es una de las pocas agentes femeninas de la Border Patrol. Dice que prefiere el desierto pero que le toca atender a la prensa y entonces lleva a la prensa hasta el desierto. Se detiene para las fotos en un punto cualquiera junto al cerco de alambre de acero que divide México de Estados Unidos. Del otro lado, del lado mexicano, casi que pegado al cerco, hay un asentamiento paupérrimo donde vivirán dos mil o tres mil personas. “El año pasado no estaban”, dice Linda Cruz, severa, preocupada, parada de éste lado del cerco pero con los ojos fijos en el otro lado. Los desbordan.
     Y para colmo los que se escapan se escapan, no se quedan allí, dejan El Paso, buscan San Francisco, Chicago, Dallas, de ser posible Nueva York, claro... Buscan trabajo, fortuna, pensiones, un dealer de los grandes; algunos, incluso, buscan fama, tal vez amor, acaso libertad. No saben lo que les espera, no les importa. Vienen del hambre, quieren comer. Se los ve parados en la mitad de la más pulcra avenida americana alzando un cartel de cartón que dice Job for eat. Buscan trabajo, sólo piden comida. Están dispuestos a la esclavitud.
     Otros no. Otros se asientan, progresan, triunfan a su manera y dan gracias a Dios y a los Estados Unidos de América, esa gran nación. Juan Vargas, por ejemplo, es taxista, tiene 35 años, está en El Paso desde 1978. Gracias a Dios, dice.
     No es el único. Están los que llegan más lejos todavía y se convierten en recepcionistas o barmans de los grandes hoteles; o mejor aún, dirigen tiendas y restorantes y algunos hasta tienen su propio bar de comida mexicana en pleno Downtown. Es más: el mayor de El Paso, algo así como el alcalde; se llama Ramírez, mister Carlos Ramírez. Es una gran nación. Pero no se sabe cuál. Un punto muy extraño de La Tierra.
 
 
Río Grande o Bravo.
Ni una cosa, ni la otra.


  ("Vine buscando no sé qué/ a estas tierras tan lejanas/ y lo primero que me encontré/ que la gente es muy extraña/". Ni aquí ni allí, corrido)
 
   
  Es un punto muy extraño porque justo allí chocan las aguas celestes de la esperanza de una vida mejor en esta vida, con esa lava ardiente que sube desde el fondo de la tierra o de los hombres, esa fuerza que busca por encima de todo una vida mejor en esta vida... Es una frontera caliente, tensa, que se dobla y que se rompe por todas partes, que marca, divide y separa, y que sin embargo, al mismo tiempo, no existe... Es un punto muy extraño donde los contrastes son tan crudos que la forma que resulta es por momentos irreal, o real pero inverosímil, lógica pero fantástica.
     Allí todo es y no es, se parece y nada que ver, es la misma cosa pero exactamente lo contrario. Todo perfectamente se distingue y permanentemente se confunde. Es raro.
  De un lado todo es diet and light, no-smoking, fast-food and don't disturb, okey. It´s all right... Pero basta cruzar el puente y ya todo es chile verde, chile blanco, chile rojo, chile furioso, alcoholes extraídos de las raíces de la locura, salsas que resultan de las semillas del fuego, corridas de toros el domingo, cigarrillos americanos por todas partes, marijuana en las esquinas, iglesias de la conquista, prostíbulos baratos, tacos, tequila, carnitas, mezcal...
     De un lado, en El Paso, todos los días se escuchan todavía a Los Beatles, a Clapton y los Stones y un country constante que rueda con el ritmo de las grandes carreteras americanas... Pero enfrente, por las radios y las calles de Ciudad Juárez, se oyen sólo corridos mexicanos que cuentan historias de Zapata y sus valientes, de generales corruptos de un lado y del otro, de mojados heroicos y de mujeres que vestidas de monjas trafican cocaína burlando a los federales.
     Y mientras por la noche los gringos cruzan a Ciudad Juárez buscando drogas y muchachas, del otro lado, en El Paso, bajo la misma luna, en la selecta boite de un hotel internacional; elegantes mujeres mexicanas bailan boleros de Luis Miguel o charlan en inglés con mexicanos de sombrero tejano y botas tejanas que beben cerveza Corona. That is América.
     De día en El Paso están abiertas las plazas que cierran a las 11 P.M. o'clock, nadie arroja basura por las calles, nadie toca bocina, nadie pasa en rojo, y en el corazón del Donwtown, se levanta una docena de rascacielos propios de las grandes ciudades y propiedad de las más sólidas corporaciones. En El Paso de día todo es prolijidad, sistemática prolijidad. Hay máquinas de Coca-cola, Burguer King y Mcdonalds en cada metro cuadrado; hay coquetos ómnibus flamantes que simulan ser viejos tranvías, hay una empresa de taxis muy seria y hay aire acondicionado hasta en los ascensores. Todo es orden, limpieza, sistemática limpieza. Es la América de arriba.
     Y a dos cuadras nomás está América la de abajo, Ciudad Juárez, la gangrena de los siglos comiéndose las paredes, las calles sucias y rotas donde personas sucias y rotas mendigan desparramadas por el piso, los viejos bares, los ventiladores asmáticos, la basura amontonada... En Ciudad Juárez todo es desorden, los autos son autónomos, los semáforos luces de colores, se cruza por cualquier lado, se fuma hasta en las capillas, nada parece prohibido y con todo se trafica: plata, oro, piedras, putas, drogas. “Los gringos no quieren drogas en El Paso -dice José Luis, que es taxista en Ciudad Juárez- pero vienen a comprarla acá... Buscan marijuana, cocaína, heroína... quieren algo... Y si no buscan muchachas, acá hay muchas muchachas que trabajan...”
     Uno al lado del otro, en el centro de Ciudad Juárez, los dancing están de guardia las 24 horas. Adentro es la noche eterna. El Manhattan es el más recomendado. “Aquí hay chavalonas pero que muy bonitas, chavalonas de 16, 17 años”, ofrece afuera un anciano bilingüe nacido en Guadalajara. Detrás (el viejo ya lo olvidó), hay un cartel que dice: SE PROHIBE EL INGRESO DE MENORES, BORRACHOS Y ALBOROTADORES. Pero todo es alboroto. Es América la de abajo, la otra, lo contrario y sin embargo... lo mismo. Es un punto muy extraño.
 
   
Arriba, Ciudad Juárez, abajo El Paso.
Dos gotas de agua pero nada que ver.






  ("En donde quiera es lo mismo/ Yo no lo entiendo y no entenderé/ Que mis sueños ni aquí ni allí/ Nunca los realizaré". Ni aquí ni allí, corrido.)

Es un punto muy extraño porque resulta que en El Paso todo mexicano habla inglés y todo americano que no hable español se siente un poco perdido como si estuviera en México y no en Estados Unidos, o como si México y Estados Unidos fueran el mismo país, la misma cosa, un país que no se sabe cuál es, un extraño país típicamente norteamericano pero aparentemente mexicano, o viceversa. Es muy extraño.
En Ciudad Juárez, México, la población es angloparlante, allí todos hablan en inglés, vendedores, dealers, camareras y mariachis responden en inglés aunque se les pregunte en castellano, pareciera que ya no entienden el español, que lo olvidaron, que se les fue; incluso entre ellos hablan en inglés, no parece México, parece Estados Unidos, es raro... Y mucho más si se piensa que fue justamente allí donde Francisco Villa les dijo aquí te quedas a los soldados de la Unión. Es muy raro.
    Pero también es raro El Paso, donde una multitud de americanos hispanoparlantes parece dominarlo todo, dirigirlo todo, atenderlo todo, manejarlo todo, desde el conmutador hasta las patrullas, los puestos de inmigraciones y el aeropuerto, la oficina del alcalde, las bancas legislativas y los mástiles también. Por todas partes flamea sobre territorio norteamericano la bandera de México. El Camino Real, el hotel más alto y más caro de la ciudad, tiene en su entrada tres grandes mástiles con tres grandes banderas: la de Estados Unidos en el medio, de un lado la de Texas, y del otro la de México.
     En las tiendas de El Paso -tiendas típicamente americanas-, vendedoras mexicanas venden Levis fabricados en Colombia y remeras estampadas con la cara de Emiliano Zapata y una leyenda que dice: Viva El Paso...
     "Es que El Paso era territorio mexicano, El Paso y mucho más”, dice Ordoñez, un viejo comerciante nacido en El Paso que sin embargo no es norteamericano: “yo soy pacero, repite si le preguntan y aclara por las dudas: que esto no es Texas, esto es Tejas...”
      Ordoñez señala un viejo hotel que hay arriba de su tienda, dice que es uno de los primeros hoteles de El Paso y que allí más de una vez pernoctó el mismísimo Pancho Villa. “Entraba por esa puerta”, señala y mira Ordoñez como si por allí entrase Villa todavía. Es raro. Es Estados Unidos pero parece México. Muy raro. Allí todos hablan inglés, pero están orgullosos de El Paso y de México. Por momentos parece como si Villa no hubiese perdido nunca. Al contrario.
 

Cuando lo que se controla es el descontrol.


  ("Qué pensarían, ay, los americanos/ que nuestro suelo pensaban conquistar/ Si ellos tienen muchísimos cañones/ Los mexicanos tienen lo principal". Corrido a Pancho Villa, corrido)
 
   
Un punto muy extraño porque nunca queda claro si es que las aguas celestes que bajan del norte, hierven y se evaporan cuando apagan esa lava que sube del sur, o si más bien esa lava que sube y quema el agua y la evapora. No se entiende. Pues ahorita mismo dicen que El Paso se muere, que Ciudad Juárez se lo come...
     Desde que los acuerdos comerciales entre Estados Unidos, México y Canadá  relajaron las fronteras económicas, muchas de las más tradicionales y poderosas factorías americanas decidieron levantar sus banderas sin banderas al otro lado del puente, donde la mano de obra es todavía más barata que la gasolina...  Desde entonces cada día son menos los mexicanos que cruzan a comprar lo que antes compraban en las tiendas de El Paso; y los que cruzan, sólo pasan, siguen, se van, no compran ni se quedan, porque los que se quedan no tienen trabajo, pasan hambre, algunos trafican, otros roban o deambulan borrachos por las calles, y cada día son más y El Paso ya no es lo que era, qué va... Allí está Maryland Street, por ejemplo, ayer nomás una calle tan comercial, y hoy convertida en lo que lo que todos llaman el Barrio del Diablo, una zona de traficantes y ladrones que nadie cruza de noche, ni siquiera la policía. For what?. “La policía ya no puede con ellos -cuenta un pacero en español- los detiene, les dan un warning, que es como una advertencia, les sacan el botín... pero después los sueltan, no pueden con ellos, no tienen dónde meterlos, cómo mantenerlos, son muchos, los largan”. Es un gasto, diría Arras. Los devuelven a la calle, al Barrio del Diablo, en el corazón de El Paso, que ahorita dicen que se lo come Ciudad Juárez como si El Paso y Ciudad Juárez, mitades rotas de un solo entero, fueran finalmente indivisibles, la misma cosa aunque dos cosas distintas...
     Y tal vez eso es lo más extraño de este punto tan extraño. Porque es fácil decir que allí la puerta del paraíso da a los umbrales del infierno. Lo difícil allí es precisar de qué lado está el infierno y de qué lado el paraíso. Por eso es tan extraño.


Y no los pueden parar.
 
 
  ("Para que rompa con mi canto las fronteras/ Llegué llorando a tierra de anglosajón/ Para que respeten los derechos de mi raza/ Caben dos patrias en el mismo corazón/”. Mis dos patrias, corrido).


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