El Martiyo Plus

.../// Satélite de El Martiyo -más descansado, aunque no menos grave-, El Martiyo Plus aspira a reunir un material disperso y diverso escrito a través de los años para distintos medios o no, textos inéditos y públicos, intemporales, puntuales o anacrónicos, pero que mantienen cierta vigencia, o nos recuerdan preclaros, con valor de crónica, el futuro que el pasado ya entrañaba en su presente. Artículos, columnas de opinión, reportajes, reseñas, síntesis biográficas, recuerdos, relatos, viajes, amores, batallas y visiones, cosas escritas en redacciones estrepitosas, o en soledades últimas, y que componen, pieza a pieza, el rompecabezas de mi cabeza, que bien podría ser la tuya ///...

Daniel Ares


domingo, 24 de abril de 2011

AMORES DE HISTORIA-HISTORIAS DE AMOR - HOY: LA CORONELA Y EL GENERAL, con Manuela Sáenz y Simón Bolívar.

AMORES DE HISTORIA
HISTORIAS DE AMOR





En una nueva serie de lecturas, El Martiyo Plus inaugura estos cuadernos –como prefiere llamar a sus secciones-, bajo el simétrico título que titula esta presentación.
Amores de Historia – Historias de amor, son exáctamente historias de amores que hicieron historia, romances de parejas, pasiones –¿obsesiones?- personales, individuales, inextricables por íntimas, y cuyas consecuencias sin embargo se expandieron sobre la vida de todos, y en el tiempo…  
Napoleón y Josefina, Eva y Juan Perón, Scott y Zelda Fitzgerald, Beethoven y su inmortal, Balzac y su Dilecta, Eva y Adolfo, por qué no… aquí caben todas las historias de amor entre dos que también fueron historia.
Hoy elegimos para comenzar los heroicos ardores del general Simón Bolívar y su coronela Manuela Sáenz… Es un viaje al pasado, a los días de la guerra de la independica, por los caminos de su Patria Grande, entre batallas y besos a través de un amor que nos hizo libres.

* * *

    Él liberó, conquistó y dominó un territorio cinco veces mayor que la Europa. Ella era una de las mujeres más bellas y rebeldes de la América rebelde. Casada en primera nupcias con un médico sin relieves; quince años más joven que Bolívar; Manuelita Sáenz, sin ser nada, fue mucho más que la esposa del Libertador o su amante: fue la mujer de su vida, su ardor y su amiga, y uno de sus mejores oficiales. Montaba como un hombre, era respetada por la tropa, y una noche hasta le salvó la vida arriesgando la suya propia. Esa noche él la nombró “Libertadora del Libertador”.



La Coronela y El General

 

 



Por Daniel Ares





 28 de julio de 1821. La ciudad de Lima se enciende en arcos triunfales, guirnaldas y flores. No es para menos. En el centro de la Plaza de Armas, el general José de San Martín declara oficialmente la independencia del Perú y ya la multitud se resuelve en ovación. Nadie repara en esa hermosa mujer tan especial que no llora ni aplaude ni grita, porque en ese momento comprende su destino. Es Manuela Sáenz de Thorne, así se llama, pero en realidad es -será-, La Libertadora del Libertador, como habrá de bautizarla el mismísimo Simón Bolívar la noche en que ella le salve la vida en una prueba más de su amor de mujer y su coraje de coronela.
Esa tarde de Lima, Manuela tiene 24 años, un vestido azul, el pelo negro, un muy generoso escote, y una marcada debilidad por los uniformes y sus oficiales, debilidad que mucho entristece a su esposo, mister James Thorne, un médico inglés que la dobla en edad, un caballero muy sobrio y muy aburrido. Sobre todo para Manuelita, que espera, quiere, y es, otra cosa. Esa tarde lo sabe. La causa de la independencia es de la estatura de sus ansias. No Thorne.
Se habían casado cuatro años atrás, en Quito. Ella no lo quería, pero ese viejo médico inglés fue lo mejor que le encontraron sus padres, cuando ella, con 17 años, se fugó del convento de monjas donde intentaban educarla, a lomo de un brioso caballo junto a un joven oficial español no menos brioso que su caballo... Al cabo de la aventura, la única solución que encontraron sus padres, fue mister Thorne. 
Y Manuelita consiente la boda. No le gusta Thorne, pero menos le gustan el convento, sus monjas y el encierro. Dama de la época, el matrimonio es su salida. Se casan a mediados de 1817, mientras el hombre que de verdad será su dueño, el general Simón Bolívar, combate, vence y baja desde la Gran Colombia para fundar su Patria Grande. En sólo cuatro años, casi toda América Latina será suya. Manuelita también.



Consumada la boda, comienzan los problemas. En un principio, Manuelita nada más se divierte, juega a las miradas, los roces y los desmayos. Pero fuma en público, monta de piernas abiertas, y baila más libre que el viento. Con 22 años, es ya la quiteña más celebrada entre las tropas del rey.
Thorne desespera. Decide irse, llevársela, sacarla de allí. A principio de 1819 vende todo y se instalan en Lima. Error. Es la Lima de los virreyes, del oro inacabable, un clero que bendice hasta las orgías y un estallido que ya se presiente en el exceso de tropas, de fiestas y miserias. Error. Allí Manuelita accede por fin a la vida que soñaba, a los grandes salones donde susurran “la causa”, y a muchos de sus más valientes guerreros también…
A principios de 1822, harto, James Thorne le propone a su esposa que viaje a Quito a visitar a su madre. Sola. Y error. Porque será en ese viaje cuando por fin se conozcan.
  Todo termina por suceder el 16 de junio de 1822. Esa noche será la fiesta en homenaje al Héroe, que acaba de liberar la ciudad, y que allí está, de gala y sereno hacia el fondo del salón mientras desfilan para honrarlo los patriotas más prominentes de la ciudad… hasta que alguien le presenta a “la señora Manuela Sáenz de Thorne”, y Bolívar despierta. 
    Apenas se conocen desaparecen del mundo durante algunos días arrastrados los dos por la pasión que se descubren… Luego, pronto, ya ni siquiera se ocultan, ya se los ve juntos en las fiestas, la prensa habla de ellos, la Iglesia no dice nada, el pueblo los celebra. Todo se le permite al Genio. Ella es la mejor ofrenda de la ciudad ganada.
   “Pronto la olvidará”, suponen muchos, pero no sabe nadie. Reunidos por el cuerpo y sus placeres más íntimos, pero unidos por el espíritu y sus ambiciones más altas; Manuela Sáenz se sumó sin pensar a la causa de Bolívar, y de allí en adelante fue para todos -y también para la Historia-, su mujer, mucho más que una esposa, su amante, su camarada de armas, su coronela, la libertadora del Libertador, como él mismo iba a nombrarla la noche en que casi lo matan de no haber sido por ella.


    Hacia fines de 1822,  San Martín ya partió para Europa, el Perú entra en guerra civil, las tropas del rey se rearman… lo llaman a él.
En setiembre de 1823, el Héroe entra en Lima y grita: “Los soldados libertadores vencerán y dejarán libre al Perú, o todos morirán. Yo lo prometo”.  Y cumple. Y lo eligen presidente. Y allí está Manuela, de nuevo junto a Thorne, pero siempre a su lado, ahora vestida como un oficial, y ya armada como corresponde.
  En agoto de 1824, Bolívar deja Lima para aplastar al enemigo en la batalla de Junín. Lo acompañan sus mejores mariscales: Córdoba, Sucre, Necochea… y Manuela, que también estará en Ayacucho, y que ya es parte de su estado mayor con el cargo de Coronela. Las tropas la respetan, todos la llaman “capitana”. Bolívar impera. Ella también.
   Son los tiempos mejores, los días de Lima, del palacio de La Magdalena, la sola fiesta que duró tantos meses, la noche tan larga que ningún sol apagaba, el mediodía de los dos… Pero apenas más allá de sus jardines, se oye reptar el descontento, nadie resuelve la miseria, y a lo largo de su imperio mucho más grande que Europa, ya crepita la traición. Su Patria Grande se agrieta. Sólo él puede salvarla. Deja Lima. Vuelve a Venezuela, y luego irá a Bogotá para retomar el gobierno de la Gran República.
Pasarán un año sin verse. Manuela se queda en Lima, soportando a Thorne, a quien ya no soporta. Bolívar a caballo, en marcha, hacia el norte, mientras percibe a su paso cómo se acaban los vivas, cómo se enfría el silencio... Le cuentan que Santander ya dijo que está dispuesto “incluso a desconocer a Bolívar, con tal de salvar la república”…Al cabo de un año, Manuela le ordena a sus negras que preparen su equipaje porque parten para Colombia. Él la precisa.
Mientras la espera, Bolívar retoma el mando de Colombia y de Venezuela y va y vuelve de Caracas a Bogotá, de conspiración en conspiración, sangrando su salud por el camino.
En julio de 1828, le informan que Lima ya no le responde, que Sucre abandonó Bolivia en manos del insurrecto Santa Cruz, que en Quito se habla de fundar el Ecuador, y que allí mismo, en Bogotá, cada vez son más los que lo quieren matar... Aunque eso no le importa: dicen que ya sabía que iba a morir enfermo, solo, pobre y execrado.
El 10 de setiembre asume la presidencia de Colombia. Pero ya no hay ovaciones, plazas llenas, ni laureles para él. Ahora el pueblo lo llama “Longanizo”,  en alusión a un alienado muy popular que entonces daba lástima y risa por las calles Bogotá. Longanizo. Él no los oye. Manuela sí. Lleva los oídos siempre abiertos, y ahora abre bien los ojos porque, sabe, se lo quieren matar.  Cuando llega esa noche.


Es el 25 de setiembre de 1828. Doce ciudadanos y veinte soldados asaltan en plena madrugada el palacio de gobierno “para tomar a Bolívar vivo o muerto”… Pero allí está Manuela, que no dormía cuando él dormía, y que despierta al Libertador, y en camisón como está, lo hace saltar por la ventana mientras ella se queda e enfrentar a los treinta que vienen… En pocas horas, Bolívar rearma sus fuerzas y sofoca la rebelión. “Cuando regresó me dijo –contaría Manuela en una carta al general O’Leary-: “¡Tu eres la libertadora del libertador!”.  Y así fue. Así Manuela Saénz le salvó la vida a Bolívar para que se muera dos años después y como él bien sabía: execrado, pobre, vuelto un fantasma, y ya sin ella.
La suerte de los dos se había terminado. Santander está entre los conspiradores, pero Bolívar no lo fusila por mucho que Manuela se lo pide. Lo destierra, nada más. Lo destierra, pero él también parte: hace falta en Quito y en Guayaquil, que fueron invadidas por Perú, que también quieren segregarse...  Un año y medio antes de morir, recupera Guayaquil, y el 15 de enero de 1830, de vuelta a Colombia, renuncia a la presidencia. Ya no quiere más honores que la paz entre sus pueblos. Un imposible acaso mayor que toda la independencia conseguida. Sus pueblos no quieren la paz. Ni a él. “Muerte a Longanizo”, escriben en las paredes. “Aquí ya no nos quiere nadie”, dicen que ya decía, cansado y enfermo. Se lo devora la tisis, pero lo mata la amargura. Manuela está ahí. Le ayuda cuando vomita, cuando las tempestades de la última tos, cuando la ruina…
El 27 de abril de 1830, Bolívar da su adiós a Colombia. Sueña un retiro en Londres, dice que los ingleses “no me dejarán morir de hambre”. La mañana del 8 de mayo, abandona Bogotá. El general y su coronela no volverán a verse. Al salir de la ciudad, hay quienes no lo reconocen, “ya  no soy yo”, dice; otros sí lo reconocen, pero lo insultan, una vieja al pasar le susurra “ve con Dios, fantasma”,  y en el sitio de Cuatro Esquinas una mujer a caballo lo saluda por última vez -lo sepa o no-, y el fantasma le responde callado y grave. A ella le espera el calvario del exilio y una tumba sin nombre. A él la última traición, y una muerte miserable.
La última traición la recibe el 1 de julio cuando le matan a Sucre. Ahí lo matan a él. Su América se desangra. Le cuentan que en Bogotá, en Cartagena, en Nueva Granada, el pueblo incendia las calles y piden para que vuelva. Le cuentan que en Quito Manuelita recorre los cuarteles arengando a las tropas con la promesa de su regreso. Él la llama “amable loca” y le escribe para que se calme Pero nada se calma, ni Manuelita ni las insurrecciones, así que el 5 de setiembre, Bolívar, que se muere, decide a volver a Bogotá y reimponer el orden... Pero no.
El 2 de octubre llega a Turbaco, todavía monta, dicen que cansa a los caballos y que aún duerme mientras marcha… El 15 de octubre alcanza Soledad, pero ya no monta. En noviembre pasa por Barranquilla, en camastro. El 1 de diciembre entra postrado a Santa Marta. El 17 se muere.
Cuando Manuela lo sabe, quiere matarse. Se interna en la jungla, busca la serpiente más venenosa, la enfrenta y se hace morder. Pero no muere. Sobrevive. Sobrevivirá, todavía, 26 años más arrastrando su suerte y sus negras de exilio en exilio hasta el exilio total...
En 1833, Santander la expulsa de Colombia y Manuela parte con sus negras para Jamaica. Pasa un año en Kingston, hasta que decide volver a Quito, a su patria. Pero tampoco. El gobierno de Ecuador no precisa agitadores, le dicen y la echan, y allí queda Manuelita, en ninguna parte y sin destino, con treinta y ocho años que parecen muchos más, y con sus dos negras de siempre tan abatidas como ella.
Una hoja en la tormenta, aborda el primer barco que pasa y aparece unos días más tarde en el puerto de Paita, hacia el norte del Perú, en una aldea de pescadores, de marinos de paso, de prostitutas sin futuro. Un poblado de nadie donde la única dicha es el olvido.
Y allí se queda, callada y pobre, vendiendo para sobrevivir los pasteles que fabrica con sus negras, hasta que un día de noviembre de 1856, un buque cualquiera se detiene en Paita y desembarca un enfermo cualquiera. No se sabe lo que tiene. (Tiene difteria). En menos de una semana, la peste arrasa el pueblo, mata primero a sus negras y  enseguida a ella, a los 59 años, al cabo de veinte de exilio, y sin una tumba siquiera... Su cuerpo fue echado a la fosa común donde ardían los apestados de Paita, lejos muy lejos del mausoleo de bronce en Caracas donde yace el Libertador; pero fundida a su nombre eternamente.
   

* *
Amantes voraces

Celosos feroces como amantes voraces, los dos se perseguían mutuamente, a veces sin motivos, y otras veces con. Él no la dejaba en paz, pero Manuela era brutal. Cierta noche en Bogotá, la quiteña visitó por sorpresa al Libertador en su palacio, y al entrar en su alcoba, sobre la cama, encontró entre sus sábanas un colgante de esmeraldas que no era de ella. Por primera vez en su vida, el valiente Simón Bolívar pidió socorro a gritos aterrado por una mujer. Su edecán y un ayudante de cámara, se la sacaron de encima y le salvaron una oreja que ella le mordió como un perro. Dicen que un tigre no le hubiera dejado la cara de esa forma. Ni bien el general estuvo a salvo de sus garras, todo lo que le dijo fue: “Ay, Manuela, tu te pierdes”. Después por una semana el presidente no pudo aparecer en público marcado como estaba. Oficialmente, se dijo que sufría una gripe. Durante esos días, Manuela se dedicó a cuidarlo con maternal amor.



Una mujer, un amigo

De aspecto casi insustancial, con su metro sesenta y siete, su cosa mestiza, su inhóspita musculatura, su cara sin gracia, mundano, vivaz, caballeresco, y educado en las artes del amor por las amantes más caras de París; el general Simón Bolívar dejaba a su paso no menos enemigos vencidos que corazones destrozados. Sabido es que ninguna mujer se le resistía demasiado, y que él tampoco se resistía demasiado ante ninguna mujer. Pero tampoco se enamoraba nunca, sabido es. Se había casado muy joven y muy joven había enviudado. Luego se le conocieron incontables amantes, algunas más renombradas que otras, pero la lista continuaba siempre conforme continuaba la campaña… Sólo una, ella, fue para él irremplazable.
Emil Ludwig, autor de una de las más rigurosas biografías sobre Simón Bolívar, acaso explica por qué: “Quien sepa cuán poco frecuente es ese tipo de mujer, no se sorprenderá de que Bolívar jamás conociera otra de tan asombrosas cualidades. En realidad, Bolívar tampoco había encontrado un hombre comparable a ella, y, como en medio de un torbellino, llevaba una vida solitaria y sin amigos –tan solitaria como la misma Manuela- halló también en esta mujer un amigo de espíritu superior”.


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sábado, 9 de abril de 2011

LA TRIPLE GUERRA DEL FINAL.- Parte IIIª: "LA GUERRA DEL CERDO"


* * *

La humanidad no crece, pero envejece.
Desde 1956 las Naciones Unidas observan cada vez más preocupadas el envejecimiento poblacional, que amenaza con hacer colapsar todas las previsiones sociales, y con ellas, el futuro de todos.
La baja en las tasas de natalidad y el aumento en la expectativa de vida, auguran un mundo difícil donde las minorías jóvenes serán sometidas por una masa cada vez mayor de población pasiva.
¿Acatarán los unos a los otros?
¿O más bien se disponen a un espantoso enfrentamiento ya alucinado por Adolfo Bioy Casares?.


La guerra del cerdo


Por Daniel Ares


En su novela Diario de la guerra del cerdo Adolfo Bioy Casares nos impone un futuro atroz en el cual secretos comandos juveniles asesinan ancianos más o menos impunemente porque ya ni la sociedad ni el Estado soportan mantenerlos. El mundo se agota, los viejos cada vez son más, cuestan demasiado, y ya no producen nada. Temible ficción que podría convertirse en realidad en cualquier momento según todas las estadísticas y proyecciones; mientras algunos hechos de la actualidad nos dicen que acaso la guerra del cerdo ya comenzó.
Baste apuntar que para el año 2050 por primera vez en la historia del hombre las “personas de edad”  (eufemismo oficializado internacionalmente para clasificar como anciano a cualquiera que tenga más de 65 años), serán más que los jóvenes. Y entonces éstos, claro, ya no darán abasto con aquéllos.
Ese día los trabajadores del mundo verán qué poco rinden ya sus muchos esfuerzos, porque la mayor parte será devorada sin retorno por los… por las personas de edad… Porcentajes cada vez más altos de sus sueldos serán retenidos por el estado para financiar jubilaciones, pensiones, internaciones, operaciones, pos-operaciones, medicamentos, prótesis, vacaciones, y cada vez menos funerales, porque el hombre, para su gracia o su desgracia, según todo lo indica, vivirá cada vez más…
Sólo que para entonces, si el mundo no abandona sus hábitos democráticos, las personas mayores serán mayoría, y, por lógica aritmética, ejercerán el poder, obvio. Y así los jóvenes -esas minorías- no tendrán más remedio que acatar lo que les manden. ¿O tendrán otro remedio?... Porque así las cosas, cada trabajador deberá trabajar cada vez más y cobrar cada vez menos… ¿Acatarán?.



Y  es que suena casi milagroso que en apenas cinco décadas de inversión científica, la medicina haya elevado el promedio de vida hasta casi triplicar el porcentaje universal de personas de edad.
Hoy las expectativas de longevidad para los nacidos entre 1985 y 1990, es de 61.1 años, (74 en las naciones desarrolladas, y 59 en los países en desarrollo). Desde 1970/75, apenas en treinta años, el promedio universal subió casi en 4,5 años. 2, 7 en las naciones desarrollas, y 5 años en las otras. Mucho.
La misma población mayor está envejeciendo. El grupo de edad que crece más rápidamente en el mundo, es el de personas de 80 años o más, que aumenta a una tasa anual de 3,8%. Hoy dicho grupo representa una décima parte del total de personas mayores; pero a este ritmo, para el 2050 habrá aumentado en un 400%, representando entonces, ya, una quinta parte del total. Muchísimo.
Tanto que en abril del 2002, en Madrid, la Segunda Asamblea mundial sobre el envejecimiento de la población –organizada por las Naciones Unidas-, calificó la situación, textualmente, de “terremoto demográfico”, y allí elaboró un informe, que también textualmente dice:
“Al inicio del siglo XXI, la población del mundo incluía aproximadamente 600 millones de personas de edad, tres veces la cifra registrada 50 años antes. A mediados de este nuevo siglo, habrá alrededor de 2.000 millones de personas de edad, lo que significa que una vez más este grupo se habría triplicado en un lapso de 50 años”. 
En otro de sus párrafos, advierte además que “a nivel mundial la población de personas de edad aumenta considerablemente más rápido que la población total”.
Un terremoto demográfico, más vale. 
Porque desde luego todo esto afecta seriamente lo que llaman los expertos el “cociente de dependencia potencial”, es decir, el número de personas entre 15 y 64 años, por cada persona de 65 o más. Este cociente marca la “carga de dependencia que afrontan los trabajadores potenciales”. En el presente, la incidencia real del envejecimiento demográfico, se aprecia en esa tasa de dependencia potencial, que ha disminuido en los últimos decenios, y que según otra vez los expertos, seguirá disminuyendo. Y mucho.
Entre 1950 y 2000, el cociente de dependencia potencial cayó de de 12 a 9 personas en edad de trabajar, por cada persona de 65 años o más. A mediados de este siglo, se prevé que caerá a sólo 4 trabajadores por cada jubilado. Y en algunos países, ni siquiera eso.
Hace poco, en estas mismas páginas (Ver La guerra de los vientres), citábamos el grito desesperado de la secretaria de comercio británica Patricia Hewitt, quien exhortaba públicamente a los ingleses a tener hijos: "O no vamos a tener fuerza laboral", avisó, gimió... 
Hoy, según Joseph Chamie -director de la División de Población de la ONU-, en el continente europeo quedan todavía 5 trabajadores por cada jubilado, pero se estima que antes de que promedie el siglo que corre, ese número habrá bajado a sólo dos por uno, y en algunos países, ni siquiera eso.
El doctor Chamie citó casos puntualmente desastrosos: Italia, por ejemplo: de los 57 millones de habitantes que tiene hoy, para el año 2050 no quedarán más de 41 y entonces la relación entre trabajadores que aportan, y jubilados que gastan, será de 1.5 a 1. En Alemania también: 1.1 a 1… Por suerte el doctor Chamie propuso algunas alternativas de solución “Hay varias opciones –dijo-, pero todas impopulares. Una es aumentar las migraciones, otras es incrementar la edad de la jubilación, las contribuciones hechas por los trabajadores y los empleadores… o reducir los beneficios de los jubilados”. Todas impopulares, seguro. Pero a corto, mediano, o largo plazo, también inevitables...
Según la temible profecía lanzada por la prestigiosa revista Foreign Affairs, en su número de febrero del 2003, “Durante los próximos treinta años los países desarrollados tendrán que encontrar los fondos equivalentes al 9 a 16% de su PBI para financiar a sus jubilados”. Y entonces, claro, los trabajadores deberán trabajar muchísimo, y no esperar demasiado a cambio. ¿Acatarán?...
La situación en Europa es dramática, sí. Pero en América Latina, lo que viene tampoco es una fiesta.



“En América Latina el número de personas mayores de 60 años se incrementará  en forma sostenida en todos los países de la región”, informa un estudio reciente de la División de Población de la CEPAL, que dice allí: “Los 41 millones de adultos mayores existentes en la actualidad, aumentarán a 57 millones entre los años 2000 y 2025, y a 86 millones entre 2025 y 2050. La región tendrá 98 millones de adultos mayores en el 2025, y 184 millones en el 2050”. Dicho en términos proporcionales, el porcentaje aumentará del 8 % en el 2000, a 14.1 % en el 2025, y a 22.6 % en el año 2050. Mañana temprano.
Para colmo aquí la población adulta mayor crecerá a un ritmo más elevado que en los países ricos: 3,5 por ciento contra el 2.4… Y mientras para mediados de siglo el número de personas de edad será triplicado, el porcentaje de niños, descenderá del 33% al 20%. Las proyecciones generan vértigo: en menos de tres decenios, tres cuartas partes de las personas de edad de todo el mundo vivirán en países en desarrollo, que, para entonces, claro, no habrán tenido tiempo de alcanzar el desarrollo necesario con el cual contener semejantes trastornos. Llegado ese día, sencillamente, ya no habrá jubilaciones para nadie, o… o ya no habrá jubilado que no precise trabajar. Un desastre.
En las regiones más desarrolladas, hoy, nada más que el 21% de los hombres de 60 años o más son económicamente activos, mientras que en las regiones en desarrollo, el 50% los hombres mayores tienen que trabajar. En cuanto a las mujeres, en las regiones más desarrolladas, sólo trabaja el 10%, y el 19% -casi el doble-, en estos países nuestros. Un desastre que, según todo indica, no hará más que agravarse...
 Porque ni los sistemas de salud, ni tampoco la educación lograrán mitigar –ya no contener- la inequidad por venir.
En el 2000, en las regiones menos desarrolladas, casi la mitad de las personas de 60 años o más eran analfabetas. Sólo el 30% de las mujeres, y poco menos del 60% de los hombres, sabían, por lo menos, leer y escribir. Para la misma época, en las regiones desarrolladas, la alfabetización rozaba la universalidad. Un contraste y su desastre.
No. Ni en Europa, ni en América Latina lo que viene es una fiesta.
Para mediados de siglo, el terremoto demográfico del que ahora hablan los expertos, abrirá dolorosas grietas en la vida de todos.
Por primera vez en la historia habrá más jubilados que trabajadores, y entonces esos pocos trabajadores deberán vivir para esos muchos jubilados… o todos los hombres y mujeres del mundo, todos nosotros, deberemos trabajar hasta morir sin descanso jamás. El doctor Chamie tenía razón: “hay muchas opciones, pero todas impopulares”.
En el verano del 2003, como una plaga bíblica, una ola de calor arrasó Europa y mató a miles de personas. Sobre todo en Italia, en España y en Francia… Y en todos esos países las autoridades perplejas tuvieron que informar sobre cientos y cientos de cadáveres de ancianos que no reclamaba nadie…
En 1997, en Gran Bretaña, la Scotland Yard descubrió que los hospitales públicos de Londres ejecutaban un plan tácito, callado pero sistemático, para dejar morir o acelerar las muertes de los ancianos con enfermedades terminales.
En Hungría, dos años después, sucedió algo parecido. Las ambulancias paseaban por toda Budapest sin ningún apuro cuando cargaban atrás un anciano moribundo.
La guerra del cerdo tal vez ya comenzó.


  

Pampa vieja

Y otra vez el mundo incluye a la Argentina. Es más: la División de Población de la ONU, considera que una población está envejecida cuando más del 7 por ciento de sus individuos tiene 60 años o más. Y Argentina ya superó esa marca. De los casi 37 millones que somos, las personas mayores de 65 años representan el 9,9 por ciento. El 10, bah. Es mucho. Más si se considera no sólo el estado real de nuestros sistemas de salud y previsión, sino también el constante aumento en la esperanza de vida, que hoy alcanza los 72 años para los hombres, y los 80 mujeres; pero que hace sólo tres décadas era de 61 para los hombres, y 70 para las mujeres. Esto ubica a la Argentina entre uno de los países que más envejece en el mundo, y uno de los primeros en Latinoamérica. Según proyecciones de la CEPAL: en la Argentina del 2050, 1 de cada 4 personas será mayor de 65 años. Entonces una vez más la imaginación nacional será seriamente desafiada… O nos convertiremos todos en terribles personajes de Adolfo Bioy Casares.


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Fuentes: ONU (Organización de las Naciones Unidas), CEPAL (Comisión económica para América Latina y el Caribe), OMS (Organización Mundial para la Salud), Consejo Pontificio para la Familia, OIJ (Organización Iberoamericana de la Juventud), y otras.

domingo, 3 de abril de 2011

LA TRIPLE GUERRA DEL FINAL. PARTE IIª: "LA GUERRA DE LAS GOLONDRINAS"

LA TRIPLE GUERRA DEL FINAL
(Parte IIª)

El Martillo Plus entrega aquí la segunda nota de su serie La Triple guerra del Final; trilogía destinada a demostrar –en base a estadísticas de las Naciones Unidas (no a chistes de Borges ni de nadie)- que antes del año 2050, los pobres heredarán la tierra, los ancianos serán exterminados sistemáticamente, y ya no quedará en toda Europa un solo estado democrático.  Si bien esta serie fue publicada por primera vez durante el año 2004, sus estadíticas y proyecciones alcanzan el año 2050, por lo cual no sólo encierran en aquél ayer el futuro que hoy vemos llegar, sino que por lo mismo mantienen su vigencia, y su dramatismo.
Lateralmente, además, nutren y sostienen las visiones contenidas en nuestra sección Europa en guerra, revelándonos al cabo, allá, un paisaje social que no es sino suelo propicio para todo tipo conflictos.
En breve La Guerra del Cerdo concluye la serie.
Hoy La guerra de las golondrinas explica en números nítidos (no en cuartetas indescirfrables), por qué las sociedades desarrolladas, tal como las conocemos ahora, ya no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, obligadas a parapetarse en una endogamia que las extingue, o a sucumbir a las inmigraciones masivas que acabarán por dominarlas, y finalmente desdibujarlas.

* * *

Mientras las leyes de extranjería y las muestras de xenofobia recrudecen a diario en los países más ricos, sus propias poblaciones no sólo disminuyen sino que también envejecen, en tanto el futuro de sus economías, depende cada día más de la llegada de esos inmigrantes que a la vez tanto rechazan…



 
La guerra de las golondrinas



Por Daniel Ares



El homo sapiens que somos se originó en África hace millones de años, y de allí partió.
Desde entonces la historia del hombre, en esencia, es la historia de sus migraciones. Aunque jamás como hoy, su evolución dependió tanto de tales movimientos... Su evolución, o su destrucción.
Como ya fue expuesto en estas mismas páginas (Ver La guerra de los vientres), en la actualidad las naciones desarrolladas contemplan con sobria desesperación cómo se extinguen y envejecen sus respectivas poblaciones, mientras los habitantes de las regiones por ahora más pobres se multiplican en progresión casi geométrica, en tanto desbordan sus fronteras, atraídos, necesitados -y aún así rechazados-, por los grandes centros de producción y consumo, que, según todos los expertos y sus estudios, pronto ya no podrán sobrevivir sin ellos... sus odiados inmigrantes.
Es un hecho que los sistemas de seguridad social europeos, por ejemplo, fueron concebidos para funcionar en base a una tasa de cinco trabajadores activos por cada pensionado, y es otro hecho que hoy, apenas comenzado el siglo XXI, tales proporciones ya están en serias dificultades. Según los expertos, una alteración mayor podría “colapsar el sistema”. Y esa no es la mala noticia, la mala noticia es que dicha alteración mayor parece ya inevitable.
Las proyecciones realizadas por las Naciones Unidas, concluyen que durante los próximos 50 años la población de la mayoría de los países desarrollados va a disminuir y envejecer como resultado de niveles de fecundidad y mortalidad cada vez más bajos.
Como botón de muestra quizá baste mencionar que en todo el año 2000 la población de la Unión Europea creció en 266.000 personas. Exactamente el  mismo aumento registrado en la India, pero apenas en los primeros seis -¡seis!- días -¡días!- del año.
Así, para mediados de este nuevo siglo, países como Bulgaria, España, Italia y Estonia, por ejemplo, habrán perdido hasta la cuarta parte (algunas incluso un tercio) de su población actual. Al mismo tiempo, según los mismos estudios, la tendencia al envejecimiento persistirá, y así la edad media de sus poblaciones alcanzará máximos históricos; sumando pasivos, mientras resta activos. Por lógica contable, claro, se avecina un desastre.
En Italia, por ejemplo, la edad promedio de sus habitantes pasará de los 41 años registrados en el 2000, a 53 años en el 2050.
Ya en 1996, en las ciudades de Londres y Madrid, los habitantes mayores de 65 años, eran más que los menores de 15.
España, junto con Italia, es hoy uno de los países con menor natalidad del mundo: 1,4 hijos por mujer.
En Estados Unidos, en cambio, las previsiones prometen un crecimiento poblacional para el año 2050, sí... pero no debido a la natalidad, sino a la inmigración.
Desde luego, así, en la mayoría de esos países, lo que se llama el cociente de dependencia potencial (número de personas en edad activa -de 15 a 64 años- por persona pasiva) pasará de 4 y 5 que hay hoy, a sólo 2, y en algunos países, menos aún.
La División de Población de las Naciones Unidas examinó en detalle la situación específica de ocho países y dos regiones con baja fecundidad: Alemania, Estados Unidos, Rusia, Francia, Italia, Japón, el Reino Unido y la República de Corea; y las regiones de la vieja Europa y de la nueva Unión Europea. En tocos los casos las conclusiones aterran, porque las tendencias aterran.
Italia, por ejemplo, sufrirá el mayor descenso poblacional en términos relativos: para el 2050 habrá perdido el 28 por ciento de sus habitantes, y entonces la relación entre trabajadores que aportan, y jubilados que cobran, será de 1.5 a 1. Es decir:  nada.
Y en Alemania ni siquiera eso: allí la relación entre activos y pasivos para el temido 2050, será de 1.1 a 1. Es decir: menos que nada.
Por su parte, y en total, la flamante -y aparentemente poderosa- Unión Europea -cuya población superaba en 1995 a la de los Estados Unidos en 105 millones-, para el año 2050, en cambio, tendrá 18 millones menos que Norteamérica, la cual habrá aumentado su población en un 25 por ciento, y sin embargo, aún así, tampoco Estados Unidos logrará mantener sus actuales cocientes de dependencia potencial... a no ser que importen gente, claro.
Porque esa es la sola salida que les queda.
Lo que los expertos han dado en llamar las “migraciones de reemplazo”.




Para las Naciones Unidas -según su documento titulado Migraciones de reemplazo: una solución a las poblaciones que envejecen-, “sólo la migración masiva de personas de otros continentes permitirá a la Unión Europea mantener el actual equilibrio de cuatro o cinco activos por cada pasivo”, advierte dicho documento, y dice más: “en los países desarrollados, la disminución de la población es inevitable en ausencia de migraciones de reemplazo. Los niveles de fecundidad podrían aumentar en las próximas décadas, pero es improbable que se alcancen niveles de reemplazo en la mayoría de estos países”.
El propio doctor Joseph Chamie -director de la División de Población de la ONU-, sostiene que para evitar el colapso inminente de estos sistemas de previsión, “hay varias opciones”, sí, “pero todas impopulares”. A saber: “una es incrementar la edad de la jubilación o reducir sus beneficios; la otra, aumentar las contribuciones hechas por los trabajadores y los empleadores; y la tercera, aumentar las migraciones”.
“Todas impopulares”, seguro.
La primera, porque nadie quiere perder los beneficios conseguidos; la segunda, porque nadie quiere pagar más de lo mucho que ya paga; y la tercera… porque nadie quiere a los demás.
Las frecuentes, constantes, y cada vez más brutales demostraciones de xenofobia registradas en las grandes capitales de nuestro tiempo; y las cada vez más duras leyes de extranjería impuestas en los países más desarrollados, bien reflejan hasta qué punto, dichas migraciones suponen trastornos culturales, políticos, sociales y religiosos, que transforman esta última solución, en un nuevo problema repleto de problemas. 
No hace tanto, en setiembre de 2001, la Organización Mundial para la Migración anunciaba que la población del norte desarrollado declinaría de tal forma, que antes del año 2025 los países industrializados tendrían que recibir sin protestar “más de 300 millones de inmigrantes”, si es que pretenden evitar o sanar los efectos de una población que envejece mientras se extingue.
Según tales consejos, Estados Unidos deberá dar ingreso a 150 millones de extranjeros, mientras que los países europeos precisarán de 159 millones de inmigrantes.
De lo contrario, si todo sigue como va hoy, para el año 2050, el 47% de la población europea estará jubilada, y el número de menores de 59 años, habrá caído en un 11%.
Por ejemplo: sólo para mantener –no ya para aumentar- el número de activos que tenía en 1995, la Unión Europea deberá importar antes del año 2025 más de 24 millones de inmigrantes. Pero, si lo que en realidad se pretende es mantener la actual relación activo/pasivo, entonces la vieja nueva Europa deberá digerir otros 123 millones; lo cual supone el ingreso anual de 5,3 millones de personas… de esas mismas personas que hoy esos mismos países expulsan, acorralan o deportan todos los días de la vida.
Porque “el número de inmigrantes que haría falta para evitar un descenso de la población activa en los países desarrollados -según la ONU-, es ya mayor al que precisan para evitar un descenso de la población total”. En algunos casos, como el de la República de Corea (hasta hace tan poco un país de emigrantes), o el de Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos; el número es varias veces más elevado.
Claro que, si tales flujos se produjeran, los inmigrantes llegados después de 1995 -y sus descendientes- representarían para el 2050 un porcentaje sustantivo de la población total de los países mencionados. En casos como los de Italia, Alemania y Japón, la proporción alcanzaría picos de hasta un 30 y un 39 por ciento…
La pregunta entonces es: ¿seguirán esos países recurriendo a la práctica del sufragio universal para elegir a sus gobernantes?... Porque de ser así, por lógica contable, las minorías de hoy serán las mayorías del mañana, y las mayorías de hoy… ¿Seguirán?...
La alternativa parece no tener alternativas. Tal como se las conoce hoy, las sociedades de los países desarrollados no podrán sobrevivir sin los inmigrantes que tanto rechazan, pero, como vemos, tampoco si los aceptan…
Quizás desde ya vale imaginar para fines de este siglo una España en manos de los árabes de nuevo, o vuelta colonia de sus viejas colonias; o a la cámara de los comunes británica dominada entonces por hindúes, pakistaníes y ugandeses; o la aria Alemania regida por musulmanes turcos, o… ¿o los unos y los otros aprenderán a convivir algún día?...
Es de esperar que sí, claro... Aunque de momento la xenofobia, la esclavitud encubierta, el tráfico de ilegales, y la trata de blancas, tejen la trama de la historia, y así  la guerra de las golondrinas recrudece con las horas, no con los años...
William Shakespeare diría: “un cielo tan turbio no se aclara sin una tempestad”.
Es de esperar que sí, aunque de momento...



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La madre patria que nos parió

Según informó en febrero último el Ministerio de Trabajo de España, de los incontables inmigrantes (incontables porque no hay forma de contarlos) que hoy sobreviven allí de manera ilegal, 800 mil estarían en condiciones de tramitar su permiso de residencia definitiva. La mayoría de ellos son de origen latinoamericano. El 10 por ciento, argentinos.
Claro que los trámites no son sencillos ni rápidos. Demoran años, y en el tejido burocrático que imponen, queda atrapada sin solución la gran mayoría, la cual al cabo será deportada o, en el “mejor” de los casos, esclavizada. Porque a la dureza propia de las leyes de extranjería, se suma subterránea la postura de los empleadores, para quienes resulta mucho más redituable mantener en negro a sus empleados.
En las décadas finales del siglo XIX, y hasta la Primera Guerra mundial, se estima que entre 50 mil y 150 españoles por año emigraron a Latinoamérica, en especial, a las todavía colonias de Cuba y Puerto Rico. Pero después de la Guerra Civil, y hasta fines de la década del ‘50, ese número fue superado. Sólo que entonces los países preferidos eran Venezuela y Brasil, y, en primer lugar, la Argentina. Claro que tales hombres de muy buena voluntad, nunca supieron nada sobre leyes de extranjería ni esclavitudes encubiertas ni deportaciones inexplicables…
Hoy, en cambio, allá, los centros de inmigrantes latinoamericanos -sobre todo en Madrid, Valencia y Barcelona-, se ven abarrotados por las denuncias de explotación, persecución, maltrato, y otras formas de la xenofobia de una madre patria capaz de parir, pero, como se ve, también de olvidar.  . 




Carne de burdel

Según la Organización Mundial para la Migración, las mafias dedicadas a la trata de blancas operan como verdaderas multinacionales y llegan a importar hacia Europa, cada año, unas 700.000 mujeres convertidas en  carne de burdel. Estas mujeres, engañadas y desesperadas, huyen de la guerra o la miseria, y luego en destino son amenazadas y obligadas a prostituirse. Tan sólo Europa del este nutre el mercado del sexo con 100.000 mujeres por año. Ucrania reconoce que en los 10 últimos años 400.000 de sus mujeres fueron transformadas en mercadería sexual. Ya en España, en cambio, predominan las latinoamericanas (49%), seguidas de las africanas (38%), mientras que sólo el 13% son europeas.
Si se tiene en cuenta que sus “empresarios” se quedan con el 90 por ciento del precio pagado por el consumidor, se trata de un negocio aún más rentable que el narcotráfico. La policía de Colombia estima que hoy hay 50.000 de sus mujeres atrapadas en estas redes, y que la venta de colombianas reporta a sus responsables algo más de 55 millones de euros por año, mientras su explotación en los prostíbulos les deja unos 1.000 millones de euros anuales.  
Estas también son historias de inmigrantes.




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Fuentes: ONU (Organización de las Naciones Unidas), CEPAL (Comisión económica para América Latina y el Caribe), OMS (Organización Mundial para la Salud), Consejo Pontificio para la Familia, OIJ (Organización Iberoamericana de la Juventud), y otras.
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